Una aclaración conveniente

Juana Portugal es profesora en el Instituto de Enseñanza Secundaria Pablo Neruda de Leganés, Madrid, en el Programa de Cualificación Profesional Inicial (PCPI) en alumnado con necesidades educativas especiales.

Piedad Izquierdo es maestra en el Centro de Educación Infantil y Primaria Asturias, en Vallecas, Madrid.

Piedad y Juana han trabajado con sus alumnos la obra Ojo de Nube, dentro del Proyecto Escribir como lectores que lleva a cabo AELE. Con ellas tuve oportunidad de emocionarme en encuentros con sus alumnos, admirando el aprovechamiento literario, creativo y afectivo de sus lecturas en clases.

Sus experiencias se presentaron en el Congreso Iberoamericano de las Lenguas en la Educación y la Cultura, el IV Congreso Leer.es , celebrado en Salamanca del 5 al 7 de septiembre. El grupo AELE me pidió que realizara una presentación a sus trabajos desde mi punto de vista de escritor participante en sus encuentros. Lo hice con enorme placer, pero consciente de la dificultad que entrañaba transmitir las vivencias con sus alumnos, las emociones vividas en sus aulas.

Que adolescentes entre los 15 y 17 años lean las mismas obras que niños entre 7 y 8 años, y que cada grupo exprima a fondo el jugo de la literatura, es una muestra más de que los libros no tienen edad. También constituye una demostración de lo que un buen maestro, una buena maestra, puede conseguir en sus aulas. Los niños y chicos que han trabajado con Piedad y con Juana no las olvidarán.


Primera sorpresa: EL DESTINATARIO

Siempre se escribe en soledad, aunque acompañado de presencias. Quien escribe no puede sustraerse de la evocación de lecturas de su infancia, de su juventud y de su madurez. Escribir es un privilegio porque se tiene la ocasión de reinterpretar lo que uno soñó y quiso ser. En mi caso, cuando comencé a documentarme para escribir Ojo de Nube, tenía presentes las películas de indios y algunos tebeos de pieles rojas que vi de niño y ya de adulto, y el inolvidable Último mohicano que leí de joven.

Escribí como un acto de justicia frente a historias que ha sido tergiversadas interesadamente. De niño yo creía a pies juntillas que los indios eran seres crueles, malvados y salvajes que acosaban sin razón ni piedad ni razón las pacíficas caravanas de hombres blancos que cruzaban el Oeste americano, bajo la protección del heroico séptimo de caballería de los Estados Unidos. Poco a poco, y a medida que uno abre los ojos al mundo, va descubriendo que los indios no tenían caballos cuando llegaron los hombres blancos; que los propósitos de aquellas caravanas no eran sino esquilmar los bienes de los legítimos propietarios de aquellas tierras, y que los criterios morales de aquellos soldados americanos (o franceses, o españoles) eran más que dudosos, como bien describió McCarthy en su Meridiano de sangre.

Uno escribe, en primer lugar, para sí mismo, pero siempre tiene presente ese lector implícito al que se refiere Umberto Eco. Ya se sabe que la escritura es un oficio de riesgo: cuando uno comienza a escribir no sabe si tendrá la inspiración y la energía suficiente para saber hacerlo; cuando acaba la escritura, sufre la incertidumbre de saber si la obra se publicará o no; e incluso cuando se publica no sabe si ese lector será capaz de imaginar el mundo que creó e imagino el escritor.

Las dudas, al final, acaban por desvelarse. El libro se acabó y se publicó. Durante estos años me ha complacido ver que ha sido leído por niñas y niños que tenían la misma edad que yo tenía cuando veía aquellas películas de indios y leía aquellos tebeos de pieles rojas.

Siempre he defendido que aunque haya un lector implícito, los libros no tienen edad. Como dijo más o menos C. S. Lewis, un libro infantil que no despierte la imaginación y el entusiasmo de un adulto, no merece ser leído, y yo he tenido el privilegio de que el libro haya sido leído también por adultos, con los que he compartido en ocasiones recuerdos e impresiones de aquellas películas y tebeos que veíamos y leíamos de jóvenes.

Como decía antes, uno nunca sabe qué va a ocurrir con su libro. Durante este tiempo he colaborado con Rosi, Estela y Laura, de AELE, y hemos hecho encuentros en algunos centros escolares. El libro no solo se ha leído, sino se ha reescrito en la imaginación de los lectores, como debe ocurrir con todo libro. Un día, Rosi me comunicó por correo electrónico que uno de esos encuentros se realizaría con un curso de 1º de Primaria. Pensé que era un error, que había querido decir 4º, y lo dejé pasar. Al llegar al colegio, pregunté de nuevo a Rosi y me dijo que sí, que efectivamente se trataba de niños y niñas de seis y siete años. No se lo dije por las prisas y por cortesía, pero me pareció una barbaridad. ¿Que niños y niñas de seis y siete años habían leído Ojo de Nube…? Me pareció un despropósito. Aquello estaba muy lejos de ese margen de lectores implícitos que yo había imaginado…

Claro que, entonces, yo no conocía a Piedad…

Para conocer las experiencias realizadas por niños y niñas de Piedad, entrar en:

> El trabajo de Piedad


Segunda sorpresa: LA REESCRITURA.

Comparto con otros escritores una reflexión acerca de mi pasado escolar, y es que siempre recordamos con mayor afecto e intensidad a los maestros relacionados con la literatura, los que nos contaban cuentos y nos hacían soñar e incluso nos hacían sentir miedo con sus historias. Pasarán muchos años, pero sus alumnos no olvidarán a Piedad. En una época en que se está comenzando a descubrir el mundo, dio a sus alumnos identidad, utilizó sus juegos para hacerlos creativos y poderosos y les hizo conscientes del poder de la palabra.

Quise imaginar la historia de un niño indio ciego. Nacer ciego, en ciertas épocas y lugares, era casi una condena a muerte, cuando no a la pobreza, el escarnio o la marginación, que en ocasiones son muertes peores. Sin embargo, Ojo de Nube sale adelante gracias al empeño de su madre, que afirma con convicción: “¡Yo seré sus ojos!”

En rigor, todos nacemos ciegos. Tras pasar nueve meses en el útero materno, en la más absoluta oscuridad, cuando nuestros ojos se abren por primera vez, el cerebro del bebé es incapaz de interpretar la vorágine de sombras, luces y colores que llegan a su retina. Por sí mismo, pero también por las interacciones con el entorno, ese bebé comenzará poco a poco a identificar rostros, formas y movimientos. Si llegamos a convertirnos en lo que somos, es gracias a porque hay otros u otros rostros frente a nosotros. Si solo hubiera cosas, apenas sobrepasaríamos el nivel de los animales más torpes.

Pero está claro que una ceguera puede ser real o simbólica. También podría haber partido de un supuesto diferente con el mismo resultado. El lector tiene derecho a reescribir la historia y defender que ese niño indio ve con más precisión y más lejos que el resto de miembros de su tribu.

De muchas maneras distintas, Juana reescribió con sus alumnos la historia de Ojo de Nube.

Para conocer las experiencias realizadas por los chicos y chicas de Juana, entrar en:

> El trabajo de Juana


MI REFLEXIÓN FINAL

Hay personas que tienen el don de saber guiar a otros. Como la madre de Ojo de Nube, afirman “¡Yo seré sus ojos!”, o reescriben ese mensaje con frases parecidas: “Yo abriré las puertas que tú aún no puedes abrir. Yo te llevaré al sol, a ti a, quien han condenado a la oscuridad. Yo te mostraré que tú no eres diferente, como te dicen que eres. Yo te creo capaz de llegar tan lejos como otros…”

Este año tuve el privilegio de conocer a los alumnos de Juana. Si alguien, muy torpe, viera a estos chicos, diría de ellos: “¡Pero si son ciegos…!” Ya estaba avisado de que estos chicos habían leído y reescrito Ojo de Nube, pero no estaba preparado para lo que vi. Y lo que vi me emocionó tanto que no pude por menos de llorar ante ellos. Es cierto: habían reescrito mi libro en una variedad de formatos: en video, en audio, en papel, en murales, utilizando medios audiovisuales e informáticos punteros… Pero, sobre todo, cada uno de los alumnos de Juana eran de una manera o de otra, Ojo de Nube. Y, con ella, estaban aprendiendo a escribir bien derechos los renglones de sus vidas.Juana tiene el don de saber guiar a otros, de reescribir vidas…

Por ello, la literatura es tan poderosa. Por eso, muchos la temen. Por eso, hay quien desea fervientemente que no leamos o que estamos sometidos a la dictadura de la basura. Porque nos prefieren sumisos y débiles.Y por eso, precisamente, yo apuesto por escribir. Especialmente, por los Ojos de Nube que hay en tantos sitios, por personas como Piedad, que enseñan a vivir, y por personas como Juana, que tienen un especial don.


(Imagen en wordle realizada por los alumnos de Juana)