Año 1769. Un ingeniero húngaro llamado Wolfang van Kempelen, consejero de la corte de la emperatriz María Teresa de Austria, presenta su último invento: un “autómata” que juega al ajedrez. Kempelen es un hombre afamado que pocos años antes ha construido una ciudad en miniatura con personajes que se mueven por un escenario. Pero no solo fabrica juguetes. También ha diseñado un puente sobre el Danubio y es arquitecto de los palacios reales. La máquina que aparece en la sala es un cajón de 1,80 metros de largo por 1,20 metros de alto, con un impresionante muñeco vestido de turco, de tamaño algo mayor que un hombre adulto, cuyo brazo izquierdo es capaz de moverse sobre un tablero de ajedrez.

Autómata contra humano

Van Kempelen enseña a los presentes el mecanismo de la caja: un amasijo de ruedas, engranajes y cables. La emperatriz es invitada a jugar contra el autómata … y gana la máquina. El inventor se hace famoso y realiza una gira por Europa con su impresionante artefacto. Incluso se dice que llega a jugar contra Napoleón, quien pierde tres partidas sucesivas. Lleno de ira, el emperador tira al suelo las piezas.El autómata hizo rico a Van Kempelen, pero eran muchos los que suponían que en su máquina había alguien escondido. Antes de empezar sus exhibiciones, abría el cajón ante el público, apartaba las ropas de el Turco: nada por aquí, nada por allá… Solo ruedas y engranajes. Pero el público seguía sospechando que había gato encerrado y el ingeniero fue considerado un farsante. A su muerte, en 1804, un músico llamado Maazel, inventor del metrónomo”, compró la máquina y se dedicó a exhibida por Europa y Estados Unidos.

Como era de suponer, dentro de esa caja había un excelente jugador de ajedrez. En realidad, hubo varios, uno de los cuales contrajo la fiebre amarilla en Cuba durante una exhibición en 1836, razón por la cual el artilugio estuvo «estropeado» y no pudo actuar. La máquina tuvo una existencia novelesca, viajando de acá para allá, y Maazel tuvo que salir de alguna ciudad apedreado por los espectadores. Hasta que alguien la volvió a comprar y la exhibió en el Museo Chino de Filadelfia, donde se consumió en un incendio en 1857.

En los siglos XVIII y XIX, no había posibilidad de que una máquina jugara al ajedrez. Pero ya fue un triunfo que alguien pudiera manejar de una manera tan precisa un sistema de ruedas y poleas tan primitivo. En aquella época se estaban construyendo los primeros telares mecánicos, la primera locomotora … La técnica no daba para más. Todavía a finales del siglo XIX hubo dos autómatas más, Mephisto y Ajeeb, que asombraron y embaucaron a los espectadores europeos y americanos.

El primer jugador mecánico

La primera máquina que jugaba automáticamente al ajedrez fue fabricada en 1914 por un ingeniero español, Leonardo Torres y Quevedo, también constructor del primer teleférico que Cruzó las cataratas del Niágara en 1915, que aún sigue en funcionamiento. En realidad, el autómata de Torres ni siquiera jugaba una partida, sino una final de torre y rey contra rey, pero ganaba siempre. Esa máquina puede ser vista todavía hoy en la Universidad Politécnica de Madrid.

Los primeros intentos de que las máquinas jugasen partidas completas se hicieron hacia 1950, cuando los programadores del ordenador Maniac se pusieron manos a la obra. Le facilitaron el trabajo: enfrentaron a la máquina con una señora que había aprendido a jugar una semana antes, en un tablero de 6×63 casillas, sin alfiles. Maniac ganó, pero ni soñar por entonces en competir con buenos jugadores. Aunque los ordenadores «aprendieron» rápido. En 1997, la máquina Deep Blue venció al campeón (humano) del mundo, el ruso Kaspárov, que el año anterior había ganado a ese mismo ordenador.

Pero no adelantemos acontecimientos…

Todo el mundo sabe que en el ajedrez se pone de manifiesto la inteligencia y, sobre todo, la capacidad de razonamiento, la memoria, la lógica, la sangre fría, la concentración … A diferencia de otros, como la oca, es un juego de estrategia, en el que la victoria no depende de la suerte, sino de la habilidad. El ajedrez que conocemos hoy ha evolucionado a lo largo de muchos siglos de práctica y de cambios, tanto en el tablero como en piezas y movimientos. Es uno de los juegos más conocidos. Se calcula que solo en China hoy lo practican más de doscientos millones de personas.

Historia del ajedrez

Para buscar los orígenes del ajedrez hay que remontarse bastante en el tiempo. Concretamente, hasta el año 600 a. de C. Se supone que por entonces, en la zona de lo que hoy es Cachemira, al norte de la India, había un juego conocido como chaturanga, que a su vez procede de otro más antiguo, el ahstapada. La palabra chaturanga significaba ‘los cuatro cuerpos’ y hacía referencia a las secciones del ejército: infantería, caballería, elefantes y barqueros. Era un juego militar, en que cuatro jugadores se aliaban entre sí y avanzaban sus piezas en un tablero de 8×8 casillas. Por aquella época se jugaba con dados, de modo que los jugadores tenían ciertas posibilidades de ganar independientemente de su práctica. Cada jugador poseía un rey, un carro de guerra o un barco, un elefante y cuatro peones. Las piezas eran de distintos colores: las amarillas eran socias de las rojas, y las negras, de las verdes.

Con el tiempo, este juego se extendió por otros países y se mezcló, al parecer, con otro de origen griego, la patteia, que se basaba solo en la estrategia. Desaparecieron los dados, se redujo el número de jugadores, aumentó la cantidad de soldados y se afinaron las reglas, todavía primitivas.

Los árabes lo difundieron por el Mediterráneo y escribieron algunos tratados sobre el juego, a través de los cuales conocemos las primeras reglas escritas. Por lo que parece, conocieron una versión persa, llamada chatrang, que ellos lo transforman en al-chatrang y, al invadir la Península Ibérica en el siglo VIII, lo difunden y el nombre se convierte en el actual ajedrez. Desde la Península el juego viaja rápidamente por Europa y hacia el año 900 ya se encuentran ajedreces vikingos con el diseño de piezas árabes.

Se han escrito muchos libros sobre la evolución del ajedrez y de sus piezas, con anécdotas muy curiosas. Hay que tener en cuenta que hasta el siglo XIX las piezas no tienen la forma que hoy conocemos. Los árabes, que tienen prohibida la representación de la figura humana, utilizaban por ejemplo, en lugar del alfil que hoy empleamos, una figura alargada que representa el colmillo de un elefante, que en árabe se pronuncia fil. Es fácil entender que nosotros lo llamemos al-fil, ‘el elefante’. Pero es más difícil encontrar la relación con el nombre bishop, ‘obispo’, que le dan los ingleses. Al parecer, estos, en sus viajes por oriente, confunden la figura del colmillo con el gorro de un obispo y por eso le dan ese nombre.

Evolución del ajedrez

Hasta el año 1100, los tableros de ajedrez tenían las sesenta y cuatro casillas, O escaques, pintadas del mismo color. Esto hacía fácil las confusiones y las trampas y dificultaba también la notación” de las partidas. Actualmente, muchos periódicos publican partidas de ajedrez en un lenguaje universalmente admitido, de modo que puede ser entendido de igual forma por un chino que por un finlandés.La escritura P4R (peón cuatro rey) tiene su origen en el tratado de un jugador portugués llamado Damiano, de comienzos del siglo XVI, aunque todos los símbolos no se afianzan hasta el XIX. Los árabes, que aún jugaban con los tableros de un solo color, tenían verdaderas complicaciones para escribir las partidas, porque siempre lo veían desde el punto de vista de las piezas blancas. Una jugada como c(B4)A2 era escrita como «el caballo que está en la cuarta casa del caballo de la izquierda, a la casa de la torre». A pesar del engorro, los tratados de ajedrez árabes fueron traducidos por el rey Alfonso X el Sabio a finales del siglo XIII.

España e Italia fueron los países donde más se jugó al ajedrez en la Edad Media, cuando aparecieron jugadores clásicos, como Giovanni Leonardo o Ruy López, cuyas partidas se analizan todavía hoy en día. Claro que la introducción del juego no fue sencilla. Hacia 1200, estuvo prohibido por la Iglesia. Hasta que el Renacimiento trajo ciertos aires de libertad y se levantó la prohibición. En el siglo XVI, el papa León X fue un gran aficionado y estimuló la publicación de libros y la creación de escuelas. Desde España, pasó a América y comenzó a jugarse en los cafés, los mercados, las universidades, las plazas…

¿Por qué se considera que el ajedrez es un juego «inteligente»?

Para empezar, porque tiene reglas y el jugador debe avanzar hasta capturar el rey enemigo, utilizando las estrategias que le parezcan más oportunas. Pero, además, porque es un juego de enormes posibilidades. Piénsese, por ejemplo, en cuántas posiciones distintas puede ocupar un rey en el tablero. Son sesenta y cuatro. ¿Y un rey y un peón? La cantidad asciende ya a varios miles. ¿Y un alfil, un peón y un rey?

Imaginemos una partida. El primer jugador puede abrir de veinte maneras: puede mover cualquiera de sus ocho peones, avanzando una o dos casillas, más dos posiciones para cada uno de los caballos. El jugador contrario puede hacer otros veinte movimientos. Es decir que, cuando cada uno ha movido su pieza, podemos encontrar cuatrocientas posibilidades distintas en el tablero. A medida que avanzamos, el número de partidas posible se multiplica y crece de una forma inimaginable. Una partida media de ajedrez puede tener cuarenta movimientos. El número de posibilidades en el tablero al cabo de esos movimientos es de un 2 seguido de 116 ceros, un número ¡mayor que la cantidad de átomos que hay en el universo!

Todo el mundo conoce la famosa leyenda del ajedrez y del trigo; el número de granos de trigo de la última casilla es ridículamente pequeña, en comparación con un 2 seguido de 116 ceros.

Se dice que los jugadores de ajedrez tienen buena memoria, y es verdad. Estudian años para conocer las estrategias que han seguido buenos maestros, y en muchas ocasiones son capaces de reproducir partidas completas. Hablan de la «defensa Philidor», de «la jugada de Capablanca con Lasker» y cosas así, pero es imposible imaginar las jugadas del adversario más que hasta el cuarto, el quinto o el sexto nivel de anticipación.

Se ha señalado antes que una partida media puede tener cuarenta movimientos, antes de acabar con el rey contrario. Pero el número máximo de jugadas que puede tener una partida que no acabe en tablas es de 5899. Esto significa que, incluso jugando sin intención de comer piezas, uno acaba tropezándose con ellas y comiéndose al rey contrario antes de ese número. La partida más larga que se conoce, entre jugadores profesionales, tuvo poco más de doscientas jugadas. Pues bien, el número total de posiciones posibles en el ajedrez, contando con ese límite de 5899, es una cifra inimaginable: ¡un 1 seguido de cien octillones de ceros!

¿Existió el autómata de Kempelen?

Dejemos por un momento este número y volvamos a las máquinas que juegan al ajedrez. El autómata de Kempelen no podía ser capaz de analizar estas jugadas, como demostraremos. Era, indudablemente, un engaño.

Los constructores y programadores de ordenadores han tenido que esperar hasta 1997 para lograr que una máquina ganase a un campeón del mundo. Lo han conseguido empleando una estrategia que ningún jugador humano puede utilizar: la fuerza bruta y cierta capacidad de análisis.

Supongamos que un jugador de ajedrez tiene tres minutos para hacer un movimiento. En ese tiempo, tiene que tener en cuenta la posición del tablero, las jugadas que él puede realizar y cómo puede reaccionar su adversario. Un excelente jugador, además, estudia cómo reacciona su contrincante, desecha algunas posibilidades y piensa en cómo engañar a su rival. Se calcula que Kaspárov es capaz de analizar unas tres posiciones por segundo, una cantidad increíble para cualquier ser humano normal, pero él es un experto.

En 1996, Deep Blue era capaz de analizar ¡cien millones de posiciones por segundo! La primera vez que jugó, Kaspárov, el mejor jugador del mundo, tuvo que enfrentarse con un monstruo que, en los tres minutos de que disponía, podía analizar miles de millones de posibilidades. A pesar de todo, en 1996, Kaspárov ganó a la máquina porque jugó con talento, con estrategia, aplicando soluciones ingeniosas. Inteligencia contra fuerza bruta.

Pero los programadores de la máquina prepararon la revancha. El año siguiente, los constructores lograron que Deep Blue trabajara a una velocidad de ¡doscientos millones de posiciones por segundo! Y Kaspárov perdió. El nombre técnico de la máquina era RS/6000 SP. Pesaba 600 kilogramos y tenía sesenta y cuatro microprocesadores. Su fuerza bruta le permitía calcular rodas las estrategias y posiciones con que Kasparov podría responder hasta veinticuatro movimientos y, por descarte, elegía el más adecuado.

Es fácil entender por qué el Turco, un montón de ruedas, poleas, engranajes e imanes, no podía jugar al ajedrez. Y mucho menos ganar a ningún jugador entrenado.

Continúa el duelo hombre-máquina

En realidad, el duelo entre máquina y hombre no acabó en 1997. Otros jugadores se han enfrentado a las máquinas, venciendo en algunas ocasiones y perdiendo en otras. Entre enero y febrero de 2003, Kaspárov volvió a enfrentarse con otro monstruo, el Deep Junior. La partida acabó empatada, aunque los jugadores expertos de ajedrez tienen la sensación de que esta vez el torneo no fue tan limpio como en 1997 y que la publicidad y los premios amañaron los resultados.

Esto no importa. En realidad, hablamos de máquinas y de cerebros. Los constructores de Deep Blue disponen ya de una versión moderna, que analiza posiciones a una velocidad de quinientos millones por segundo. Recordemos que el número total de partidas de ajedrez es de uno seguido de cien octillones de ceros. Un sencillo cálculo nos lleva a que puede analizar unos dieciséis mil billones de movimientos posibles por año. Trabajando a ese ritmo, a la nueva Deep Blue le llevaría analizar el número total de partidas de ajedrez una cantidad de años que se expresa con un 3 seguido de 89 ceros.

Dentro de poco, no habrá ningún humano que pueda vencer a una máquina, pero no importa. Después de todo, las máquinas han sido inventadas y entrenadas por seres humanos. Por otra parte, el ajedrez tiene su encanto no en la fuerza bruta sino en la elegancia, la intuición, la flexibilidad… ‘

¿Qué hay detrás de Deep Blue, de Deep Junior, de Fritz y de otras máquinas que juegan al ajedrez? Un cerebro humano.

¿Qué había detrás de el Turco de Kempelen? Parece ser que la primera persona que tuvo sospechas de que dentro del autómata no había solo ruedas y poleas fue un periodista de Filadelfia que percibió extraños movimientos en el interior de la caja, cuando un espectador gracioso gritó «¡Fuego!». Sin duda, dentro de la máquina de Kempelen se encerraba un sencillo secreto: otro cerebro humano.