Me permito recomendarles una novela. Algo nada fácil. El autor, Ricardo Gómez, es profesor de matemáticas, pero, sobre todo, es escritor. Y se nota. Por algo los números contienen la poesía y ambos, números y versos, matemáticos y poetas, se anticipan al resto de nuestros sentidos. El autor propone una intriga entre lo increíble y lo plausible. Si la vida es esa sustancia algebraica plagada de mentiras que ocultan la verdad, los números cumplen la tarea de vigilar la idea. Y cuando ambas, verdad e idea, se cruzan en el camino de un genio de las matemáticas obsesionado por resolver el teorema de Fermat, cabe tanto la locura como el asesinato. Real o imaginado.

Ricardo Gómez parte de la realidad como escenario para concretar la teoría matemática, y, ya se sabe, si los números, puros en sí mismos, se ponen al servicio del hombre, pueden resultar diabólicos, remiten a especulaciones posibles pero ficticias y terminan convirtiendo una sucesión de mentiras, de casualidades y de distorsiones, en una verdad inquietante al servicio de una conspiración tan posible como falsa.

Todo parte de la mirada genial, y por tanto ajena al mundo, de un profesor que siente todo cuanto le rodea «tan carente de significado como el rostro de los paseantes que se cruza por la calle, casuales intersecciones en un mundo y en una acera llena de probabilidades vacías».

Se le añade soledad, sexo y mediocres arribistas, se coloca al fondo el intrigante mundo de la universidad y nos topamos con una novela en clave ‘negra’ que, en realidad, eleva a varias potencias un sustrato de mayor calado: el absurdo discurrir de los humanos que han de ser mediocres para no sufrir excesivamente, o pagar el precio de la diferencia que lleva hasta la locura. Por eso, la conjura contra nuestros deseos se esconde siempre al otro lado de los espejos.

La novela, ‘La conspiración de los espejos’, resulta inquietante como una pesadilla de Kafka, pero, a la par, gratificante para lectores cómplices, esos que comienzan a dudar cuando el autor cambia de narradores, escenarios y tiempos, creando un puzzle matemático aparentemente inconexo, como los teoremas sin resolver, y, finalmente, simple y diáfano, del mismo modo que la solución al más complejo problema matemático se formula de la manera más simple. En apariencia.

Sólo un defecto, tal vez provocado por exigencias editoriales, a una historia tan lograda y compacta, le restan ritmo unas cuantas páginas.

Blanca Álvarez