Hace dos meses llegó por correo un paquete. Contenía un cuaderno y una carta, remitidos desde un país lejano.

Nushi vivió en nuestra casa cerca de un año. Llegó aquí con esas caravanas de niños desplazados por esas guerras que de vez en cuando asolan algunos países. Aunque estuvo poco tiempo, ya forma parte de nuestra familia.

Hemos tardado casi dos semanas en leer este diario. Lo hacíamos por la noche, después de cenar, reunidos todos alrededor de la mesa, sobre la que estaba su fotografía. En muchas ocasiones nos emocionamos leyendo y recordándola.

He ocupado otro mes en transcribir el texto, escrito originalmente en nuestro idioma. Sólo he hecho las correcciones indispensables, revisando la ortografía y ordenando algunas frases.

Creemos conveniente darlo a conocer.

M.


Día 1 de agosto

Querida familia de papel: Prometí que os escribiría nada más llegar, pero llevo cuatro días aquí y estas son mis primeras líneas. Cuando os vi desaparecer a través de la ventanilla del autocar saqué este cuaderno con la intención de anotar mis sentimientos respecto a los meses de estancia en vuestra casa, pero no quise que la letra temblorosa ensuciara las primeras páginas. Tardaréis mucho en recibir este diario, así que pronto os enviaré una carta para comunicaros que he llegado bien. Ahora me alegro de haberos llamado por teléfono antes de cruzar la frontera.

El viaje se me hizo eterno, mucho más largo que el de ida, y eso que las circunstancias eran muy diferentes. Resulta curioso comprobar cómo han cambiado las cosas durante estos meses. A la vuelta he notado el afecto de muchas personas, por todos los lugares que he atravesado. Al entrar en nuestro país nos escoltó una caravana de cascos azules hasta que llegamos al pueblo vecino. Esta vez no he sentido miedo, pero supongo que el deseo de encontrarme con los míos me hacía el tiempo insoportablemente largo.

Pero todo esto parece muy, muy lejano. Estos cuatro días han estado llenos de acontecimientos, aunque en realidad uno de ellos lo pasé durmiendo. Estaba tan agotada que la segunda noche caí en un sueño que duró treinta y seis horas.

Mi familia está bien, todo lo bien que puede estar una familia herida. El encuentro con ellos fue emocionante. El autocar me dejó en el pueblo de al lado, donde me esperaba mi padre. Eran casi las tres de la madrugada y el pobre llevaba en la estación más de siete horas. Hacía casi dos años que no nos veíamos y a ambos nos costó trabajo reconocernos. Cuando lo hicimos, nos estrechamos en un abrazo sin palabras, y lloramos los dos. No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados. Después, me ayudó con las maletas y subimos a un coche destartalado que nos condujo hasta aquí. Hice el viaje en el asiento de atrás, helada por el aire frío que entraba por la ventanilla sin cristal, pero contenta por aferrar los hombros de mi padre, que sujetaba mis manos. Él hizo el viaje en silencio, mientras el conductor intentaba saber dónde había estado, cuánto tiempo había pasado fuera, qué países había conocido…

El coche nos dejó en lo que parecía una plaza e hicimos el resto del camino hasta casa caminando en la oscuridad. Mis dientes castañeteaban, imagino que a partes iguales por el frío y la emoción. Mi padre caminaba a mi lado y me preguntaba qué tal estaba, si tenía sueño, si sentía hambre, si lo había pasado bien… Sus palabras sonaban apagadas en un ambiente que aún desconocía y que me llenaba de aprensión. Ni su estatura ni su voz me resultaban familiares. Era él, estaba claro, pero parecía más bajo y más triste de lo que recordaba.

Se detuvo ante una puerta y empujó diciendo el nombre de mi madre: “Frikete” y añadió: “Ya está aquí.” El interior de la casa estaba aún más oscuro que la calle y no pude ver nada, pero sí escuché un grito de sorpresa y cómo alguien se removía. Dos segundos después sentí las manos de mi madre atrayéndome hacia dentro y sus voces y alaridos de alegría. Me estrujó, me aplastó, me besó, me llenó de lágrimas, y yo pensé que no me iba a soltar nunca. También yo me aferré a su enorme cuerpo, que no abrazaba desde hacía casi un año. El momento soñado del encuentro se hacía al fin realidad.

En algún momento, una lámpara de petróleo esparció algo de luz en la pequeña habitación. Vi entonces a mi hermano Petrus de pie, con sus ojillos sonrientes, y también me abracé a él, preguntándole cómo estaba. Mi madre seguía aferrando mis manos, dando gracias a Dios por estar de nuevo juntos. Yo apenas supe qué decir. Mi padre entró la maleta y las dos bolsas. Pensé que aún me faltaba alguien por saludar, así que pregunté: “¿Y Leku?”

Un gemido de mi madre siguió a mi pregunta. Se llevó las manos a la cara y repitió: “No volverá. Tu hermano Leku no volverá.”

Cuando llegaron noticias de que la guerra estaba a punto de acabar, supe que debía volver. No sé cuántos chicos y chicas como yo hemos andado por países de toda Europa, pero probablemente todos sentimos a la vez el deseo de encontrarnos con los nuestros. Me dio pena despedirme de vosotros, pero mi sitio es éste. Aunque no tengamos nada. Aunque sintamos desgarro y dolor por los seres queridos que ya no están aquí. Aunque no sepamos qué va a ser de nosotros.

Por lo menos, ya no tenemos miedo.

Día 2 de agosto

Resulta difícil ordenar las ideas. Me siento ante este cuaderno pensando que tengo muchas cosas que escribir, pero no sé por dónde empezar. Soy lenta y tardo bastante en asimilar los acontecimientos. Lo mismo me pasó cuando llegué a vuestra casa. Mientras íbamos hacia España, las personas que nos acompañaron en el autobús nos dijeron que siempre había que decir “Muchas gracias”, así que me pasé quince días diciendo “musses gracies, musses gracies”. Debíais pensar que era tonta. Cinco días después de llegar, todavía estoy acomodándome a esta nueva situación.

Escribo sentada en el interior de mi casa, en una pequeña sala que es al mismo tiempo comedor, recibidor y cocina, el lugar donde saludé a mi madre y a mi hermano. Decir que esto es una casa es mucho decir. A cada lado hay dos pequeños cuartos. Uno es la habitación de mis padres y en el otro duerme Petrus. Hay un minúsculo aseo, pero con ducha y todo. No es para presumir, pero se está bien. La escritura en este sitio parece fuera de lugar. Este diario, y el juego de bolígrafos que me regalasteis, son lo más lujoso que veo a mi alrededor.

(...)


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