Esta historia o… no, mejor dicho: estas dos historias se entrecruzan por primera vez en El Rastro de Madrid. Es un lugar cualquiera, conocido y transitado, que un día se hace significativo y sirve de germen para una larga andadura. Pero esto solo se sabrá después. El caso es que Ricardo Gómez narra en primera persona el encuentro en un puesto de El Rastro con una carpeta roja de tamaño cuartilla. Él curiosea mientras el vendedor le mira como se mira a los curiosos que no tienen pinta de comprar, como metiéndole prisas. La carpeta contiene papeles viejos y pegoteados, parece un libro de poemas escritos a máquina. Paga por ellos trescientos euros.

Después pasa alguna noche sin dormir, aferrado a esa poesía que cuenta en realidad una historia de amor firmada por Elena. “Es un jueves. / (Qué importancia tiene que lo sea / para quien un jueve no se juega una muerte?)”.

Mató enamorada

Una mujer confiesa haber asesinado a su marido, de quien está profundamente enamorada. Es juzgada por ello. Se relatan las horas previas al juicio tan temido: “Se desnuda y se viste para nadie, / para nadie en realidad se cuelga / los aretes de azabache que él le regalara / tiempo atrás. / Para nadie se calza los zapatos. / Se acicala las mejillas por costumbre, / se estira el pelo, se prende las horquillas…”

Agudo y sencillo es dolor de ella, que mató enamorada, que desea la peor condena. Y después comparece el silencio de la posguerra en ese jueves de 1942, cuando ella es absuelta de su crimen de homicidio, pero condenada al destierro como enemiga del régimen. Ricardo Gómez rescata esos silencios y los hace patentes; y también el silencio de ella, dolorida y callada mientras se viste para nadie.

Buscando su estela

El silencio se introduce de modo elocuente en esta novela que ha merecido el Premio Gran Angular. El escritor, obsesionado con Elena y con Pablo, ese amor de su vida, viaja a Galicia, donde imagina que sucedió la historia. Quiere encontrar pruebas fechacientes, datos, dar con alguien que recuerde a esa mujer. Necesita recrear en su interior el ambiente de aquel tiempo del personaje, rememorar a ancianas guisando, y a jóvenes cosiendo y el olor a tierra húmeda. Intenta conocer los mapas y los lugares, hacer presente al personaje y su mundo.

En esta búsqueda, en la que el lector se siente implicado, el escritor viaja también hasta el fondo de sí mismo, y se descubre un día llorando al pensar en Elena. Está la Elena del pasado y está la Elena que ha ido cobrando la consistencia de alguien real a los ojos del escritor. Solo entonces, cuando descubre que la conoce ya suficientemente aunque no la haya encontrado en ningún archivo, comienza a “reconstruir línea a línea lo que fue su vida leyendo entre sus versos”.

Y así se escribe este hermoso libro, que alterna los versos y la poesía de una bella historia de amor, la de una Mujer mirando al mar.

Paloma Torres