Mujer mirando al mar, el reciente Premio Gran Angular, es un título daliniano para una novela diferente que ahonda, entre otros muchos aspectos, en el proceso de creación literario. Ricardo Gómez realiza un ejercicio de metaliteratura muy interesante puesto que no escribe un relato lineal, sino que, en su papel de autor y narrador, va exponiendo qué proceso sigue, como escritor, para organizar sus materiales y escribir una novela o un relato largo. Parte de una vieja carpeta encontrada y de unos poemas que cuentan una historia enclavada en la posguerra española, de amor y de luchas clandestinas, en una época en que casi todo estaba prohibido.

Mujer mirando al mar, aparte, sugiere muchas posibles historias, puesto que la verdad no siempre es una y entera, sino que puede aparecer fragmentada, ya que la verdad se asemeja a un espejo roto… Todos podemos tener un fragmento de verdad, pero eso no nos hace dueños absolutos de la verdad con mayúsculas. Algo así le ocurre al narrador, que se introduce en la vida de Elena y Pablo, que viaja hacia las tierras gallegas que, acaso, acogieron su historia de amor y su desgraciado final, pero que lanza más hipótesis que verdades. El ejercicio narrativo es muy lúcido porque permite que el lector entre en la trastienda, en el lugar mágico donde se cuecen las palabras que forman las historias. Ahora bien, la novela es doblemente valiosa ya que, al lado de esta lección de estilo, nos encontramos la materia humana, la más vulnerable de todas las materias, y asistimos, gracias a los poemas mecanografiados que el autor compra, por azar, en el Rastro madrileño, a una historia apasionada y apasionante en que por amor, Elena, la mujer que mira al mar, es capaz de lo que sea, con tal de proteger a su “hombre”. Como el lector verá, Elena vive al límite este amor puesto que es juzgada por matar a su marido, aunque no nos engañemos, hay un porqué lleno de fuerza y de sentimiento.

La novela se destina a lectores de entre 12 y 18 años, pero sus personajes no son precisamente niños ni jóvenes, por eso, pensamos que es un relato sin edad, que, por su especial estructura y organización, gustará mucho a aquellos lectores que son escritores en potencia, que sienten curiosidad por el pasado cercano y que no se contentan con una sola explicación de los hechos, puesto que, como el autor, quieren ver las cosas desde múltiples puntos de vista. En definitiva, “una novela, un cuento, un poema… son el rastro petrificado de algo que estuvo vivo durante tiempo en un cerebro: minúsculas porciones de sangre y linfa cargadas con intenciones, pasiones, dudas y deseos que acaban por cuajar en signos. Son algo parecido a un yacimiento rico en fósiles; sin la imaginación de la lectora, del lector, es imposible reconstruir la vida en aquel paisaje” (pág. 67).

Como explica el autor, “La obra nace de sucesivos retos: de construir un personaje como Elena y darle vida en un relato; del desafío de convertir ese cuento en un poema, años más tarde; y por último, del deseo de atar cuento y poema en un libro que hable sobre el proceso de la escritura y de las limitaciones del escritor a la hora de imaginar la realidad“.

Si hablamos del género de Mujer mirando al mar, observamos que es también novedoso, porque combina la metaliteratura, como ya dijimos, con la poesía, la novela histórica y testimonial y el relato sentimental. E incluso podríamos añadir que tiene elementos de novela negra puesto que el narrador lleva a cabo una auténtica labor detectivesca para encontrar a la verdadera Elena. Mujer mirando al mar, por último, también es una novela de viajes, por decirlo de alguna manera, ya que el escritor-narrador lleva a cabo un viaje importante por varios pueblos y aldeas de la costa gallega que lo sitúan, quizá, más cerca, y a la vez más lejos, del relato real, puesto que se cruzan en su camino otras historias, otros personajes. Aparte, hay que comentar que Ricardo Gómez juega con las personas narrativas y, aunque la primera, la del escritor que está organizando la novela y que nos gustaría pensar que es el propio autor, es la dominante; la tercera también tiene su importancia, puesto que en tercera persona se narra la historia de Elena y Pablo, ambientada en la posguerra española. En este sentido, el autor quiere dejar clara “la idea de reparación y reconciliación histórica” con las personas que vivieron ese periodo de la historia española y “la reivindicación del amor perdido y del que late en una época determinada”. Nos parece muy acertado acercar a los jóvenes a este tiempo que parece muy lejano y que, sin embargo, no lo es. Por eso, Ricardo Gómez escribe, en el texto: “El tiempo ha sido más benévolo con nosotros que con quienes nos precedieron” (pág. 63).

Ricardo Gómez (1954), que nunca pensó en dedicarse a la escritura, lleva diez años cosechando premios y reconocimientos. En 1996 obtiene su primer premio, el Juan Rulfo de relato corto, y en 1997 y 1998 el premio Ignacio Aldecoa de relatos. En 1998 quedó finalista del Premio Jaén de Literatura Infantil y Juvenil con la novela Bruno y la Casa del Espejo. También ha sido galardonado en el campo de la poesía, con el Premio Nacional de Poesía Pedro Iglesias Caballero en 1999. En 2006 obtuvo el Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor por Ojo de Nube y ese mismo año fue galardonado con el Premio Cervantes Chico por el conjunto de su obra.

La lectura de Mujer mirando al mar nos permitirá ver como a través de un caleidoscopio una historia fragmentada en mil puntos, deshecha y vuelta a componer, porque, como bien escribe el narrador, “en ocasiones atribuimos a personas o a sucesos externos algo que ocurre dentro de nosotros mismos”.

Por Anabel Sáiz Ripoll