Ricardo Gómez Gil, Mujer mirando al mar, Madrid: editorial SM, 2010.

El relato propone diferentes itinerarios de lecturas que se entrecruzan en una propuesta de aparente sencillez, los tres principales son:

  1. Una reflexión compartida con el lector sobre el complejo proceso de escritura que convierte, no en una lección didáctica, sino en toda una aventura pasional en la que la historia toma cuerpo y vida pero más que contarlos que lo hace, lo vivimos, lo leemos y lo vemos:

“Apenas cruzamos un par de miradas y cuatro palabras, pero a partir de ese momento la joven ocupó el lugar de Elena en el poema” p. 34

“Hay ocasiones en que se consigue crear personajes que actúan como si estuviesen vivos. Yo preguntaba a la doliente mujer-niña: ¿por qué, Elena, escribiste un poema? ¿Dónde lo guardaste todos estos años? ¿Alguien más lo leyó, o se lo leíste a alguien? ¿Tuviste hijos y estos supieron de su existencia? ¿Quién, pasado el tiempo, encontró la carpeta en que estuvo guardado y lo sacó a la luz? ¿Alguna vez imaginaste que estos versos se harían públicos?” p. 48

“Uno de los privilegios de quien escribe es que puede torcer la vida a favor. Quiero imaginar viva a la Elena-niña. Pensar para ella un relato que no acabe en los bajíos de un acantilado. Darle un futuro en el que pueda enamorarse de nuevo, tener hijos que guarden memoria del amor de su madre. Quiero que envejezca con placidez. Y me gustaría, cómo no, que pudiera leer su historia escrita con otras manos.” p. 52

  1. Un drama en el que unos personajes recién salidos de la adolescencia viven tiempos difíciles: “esos tiempos en los que nadie se miraba a la cara”. p. 59 y que curiosamente se aferran a sus silencios y a una aparente resignación ante lo que acontece. Su voz se escucha a través de un largo poema narrativo que cuenta pero también esconde.

  2. Una reflexión sobre la literatura:

“Una novela, un cuento, un poema…, son el rastro petrificado de algo que estuvo vivo durante tiempo en un cerebro: minúsculas porciones de sangre y linfa cargadas con intenciones, pasiones, dudas y deseos que acaban por cuajar en signos. Son algo parecido a un yacimiento rico en fósiles; sin la imaginación de la lectora, del lector, es imposible reconstruir la vida en aquel paisaje.”

Además, Mujer mirando al mar es más que acción: hay introspección, evocaciones, dudas, reflexiones…, y sobre todo deja espacio al lector.

El estilo de aparente sencillez maneja recursos estilísticos propios de la literatura en los que el usos de relato y poema narrativo, oraciones con estructuras que focalizan la atención en elementos aparentemente secundarios, que otorgan un ritmo clásico, diferencia la obra de sus coetáneos.