Confesión

Confieso que este es un libro de encargo. Hace unos meses, la editora de SM, Elsa Aguiar, me propuso que realizara la adaptación de una obra literaria clásica.

Confieso que me sentí halagado pero al mismo tiempo asustado. Tengo una sensación ambivalente ante las adaptaciones. En mi época de bachillerato y dentro de la asignatura de Lengua y Literatura, leí fragmentos de obras clásicas (unas pocas, completas) y, aunque en su momento detesté esas lecturas, que chocaban tanto con lo que yo leía fuera del instituto, a lo largo de la vida siempre me ha parecido que a los clásicos hay que leerlos en su versión original. Pero…

Confieso que los argumentos de la editora me convencieron pronto. Me dijo, entre otras cosas, que es una lástima que los chicos y chicas de hoy no tuvieran acceso a los clásicos por las dificultades intrínsecas de los textos. Y que esas obras hoy se escribirían de una forma distinta. Y que no estaría mal que los lectores actuales tuvieran la oportunidad de comprobar cómo un autor “moderno” recrea una obra literaria de hace siglos. Como debo de ser fácil de convencer, acepté el encargo. Tuve de ser la suerte de ser uno de los primeros propuestos, así que elegí “La vida es sueño”, de entre los títulos que me ofrecía. Al tiempo, hablamos de la posibilidad de adaptar al cómic “Romeo y Julieta”...

Confieso (estaba en Oviedo entonces) que nada más colgar el teléfono me sentí asustado. ¿Tocar a Calderón? ¿Escribir de otra manera versos que yo recordaba de mis tiempos de estudiante: Apurar, cielos pretendo / ya que me tratáis así / qué delito cometí / contra vosotros naciendo…? Una hora más tarde estaba en la Librería Cervantes, donde adquirí dos ejemplares de “La vida es sueño” en sus versiones originales y otros dos de “Romeo y Julieta”. Más uno de cada, en versiones adaptadas por otras editoriales.

Confieso que a medida que pasaba el tiempo me sentí gozosamente dedicado a hacer una lectura como no había hecho nunca de esas obras: comparando versiones, anotando, leyendo comentarios críticos y notas al pie, buscando algunas biografías de Calderón y de Shakespeare o estudios sobre el teatro de su tiempo… Traté de entender las circunstancias históricas que llevaron a esos autores a escribir unas obras como aquellas, perfectamente ancladas en su época, y que trataban sobre la autoridad, el origen del poder, el conflicto entre los amores de conveniencia y el amor erótico…

Confieso que quizá una lectura como esa debí hacerla hace mucho tiempo, pero no siempre se sabe, no siempre se tiene tiempo, no siempre se tienen ganas… Y nunca es tarde para aprender un poco más.

Confieso que en muchas ocasiones estuve a punto de agarrar el teléfono y decir a Elsa que lo lamentaba, que no me sentía capaz de llevar a término en encargo y que, en definitiva, me parecía un sacrilegio tocar una sola coma de lo que hubieran escrito esos autores… Pero al mismo tiempo, mientras los subrayados iluminaban mis libros y las notas se esparcían sobre la mesa y en el ordenador, me parecía más reto intentar al menos “entender” qué querían decir aquellas obras, y tratar de imaginar cómo me habría gustado leerlas a mí en mis tiempos de estudiante.

Pronto me di cuenta de que había muchos fragmentos de “La vida es sueño” que eran absolutamente intocables. Correspondían sobre todo a monólogos o diálogos que yo recordaba de memoria o que había escuchado en representaciones teatrales. Uno de mis propósitos fue mantener la “voz” de Calderón a lo largo de toda la obra, manteniendo el dramatismo de las relaciones entre los personajes.

Al tiempo, decidí que había elementos narrativos que formaban parte de una estructura literaria de distinto propósito: los devaneos mitológicos, el papel de la astrología, las concesiones al poder religioso y político de la época, la propia estructura de la obra teatral, destinada a representarse en tres jornadas… No es que estos elementos carecieran de importancia para situar la obra en su época, sino que hoy serían tratados de una forma muy diferente. Obsesionado por encontrar claves para esa posible adaptación, leí en ese tiempo la versión de La Ilíada, de Baricco, en la que el autor italiano se propone re-contar esa obra clásica desproveyéndola del papel jugado por los dioses, “como si fuera una historia humana”.

Decidí pues utilizar una técnica mixta, en la que se mezclasen la narración y la versificación. Reservé la primera para describir los movimientos espaciotemporales de los personajes, teniendo en cuenta que los hipotéticos lectores no “ven” a esos personajes sobre un escenario sino a través de una página impresa. Y preservé los versos para los diálogos de los protagonistas, intentando que, en ese encuentro con ellos, los lectores los imaginaran desnudos en el escenario.

Confieso, casi por último, que he tocado algunos versos. Una lectura “moderna” de la obra chirriaría con algunas frases como “Huigamos los rigores / desta encantada torre” o el más clásico “Apurar, cielos pretendo…”. En algunos casos fue fácil trasladar a “Huyamos de los rigores / de esta encantada torre”. En otros, hubo que acudir al diccionario para saber que “apurar” tiene el sentido de “averiguar”, hoy en desuso. En otros casos, que el lector podrá comprobar, he realizado cambios más profundos, pero siempre intentando mantener el ritmo de los versos y la atmósfera de la obra original.

Confieso, ya al final, que este trabajo no habría quedado como se publica de no ser por la inestimable colaboración de algunas personas que cotejaron con paciencia la obra original y mi adaptación, con una paciencia digna de la mejor amistad. De entre todas quiero recordar la aportación de Palma Aparicio, profesora de Lengua y Literatura, que señaló inconsistencias, que recordó pasajes fundamentales, que corrigió errores y erratas… Mi agradecimiento público para esta magnífica profesora y amiga. Los defectos de la adaptación que se observen (graves o livianos) son solo achacables a mí. Por mi atrevimiento.

Ojalá esta obra cumpla con su propósito: despertar la curiosidad de jóvenes lectores hacia lo que han sido las obras clásicas de la literatura universal, leídas ya en su versión original. Hasta pasado el tiempo yo no descubrí que algunas de las primeras obras literarias gozosas que en mi niñez me fascinaron (La isla del tesoro, 20000 leguas de viaje submarino, Moby Dick…) no eran sino adaptaciones de obras más densas, que luego volví a leer en su versión completa con admiración no empalidecida por esos primeros ensayos lectores. Así que, después de este intento de acercamiento, ¡leed La vida es sueño en versión original…!