Dice la sinopsis...

La vida de los bakayas, una tribu africana que vive en las profundidades de la selva, está a punto de cambiar para siempre. Los madereros se acercan con sus motosierras y rompen la paz del lugar. Los sapelis y los mukulungos han sido talados. Los jabalíes y okapis huyen asustados. El aleteo de las mopani anuncia grandes cambios. ¿Que puede hacer Emeka, un niño de doce años, para evitar que se derrumbe el único mundo que conoce? . . . . .

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Libro recomendado por la Fundación Cuatro Gatos . . . .




Libro elegido por la OEPLI, en España, para la Lista de Honor del IBBY 2024.



Así comienza el libro...

Capítulo 1

EMEKA

Cuando los primeros madereros llegaron con sus motosierras, Emeka tenía doce años.

Los cinco primeros años habían sido los de la mano derecha de su madre. Durante ese tiempo se crió con las mujeres y otros niños y niñas de su edad.

Los cinco siguientes fueron los de la mano derecha de su padre. Durante ese tiempo convivió con los hombres y otros muchachos de su edad.

Esos diez primeros años, un niño bakaya siempre tenía que estar al alcance de las manos o de los ojos de su madre o de su padre. No podía alejarse mucho de ellos. Por supuesto, no podía salir solo del poblado.

Los dos años que siguieron eran ya los de su mano derecha y desde entonces era libre de andar por la selva sin sus padres, aunque un bakaya nunca iba solo. A veces acompañaba a los cazadores. Otras, a los ancianos o a las mujeres. Pero lo que más le gustaba era ir con muchachos y chicas de su edad.

Hasta que no transcurrieran tres años más, Emeka no sería un adulto, y hasta entonces no tendría Voz Propia. Entretanto, tenía que conformarse con hacer música.

Cuando los madereros llegaron con sus motosierras, los bakaya no se alarmaron demasiado, aunque sus máquinas hacían un ruido infernal. Estaban todavía lejos. Además, la selva era enorme y había árboles para todos.


Capítulo 2

KOMBA

Emeka siempre había vivido en la selva. No imaginaba otro lugar en el mundo distinto de aquella espesura que se extendía por colinas y valles, entre los que corrían caudalosos ríos y, en la larga estación húmeda, una maraña de arroyos.

No podía saber que su pueblo ocupaba esas tierras desde cincuenta mil años atrás.

Los bakaya eran parte de la selva.

A Emeka le enseñaron que la gran diosa Komba había creado el mundo para que lo compartieran todas las criaturas, desde el ínfimo mosquito a la gran madre elefante, desde el diminuto musgo hasta el gigantesco mukulungo.

Todos los animales de la tierra, del agua y del aire tenían su espíritu. Todos los árboles, arbustos y hierbas tenían su espíritu. Estaban además los espíritus del viento, del suelo, del agua, de las nubes y de las nieblas, de las tormentas y del fuego. Y, por supuesto, estaban los espíritus de los antepasados. Todos lo compartían todo, y Komba estaba atenta para que a nadie le faltara de nada.

Lo único que Komba exigía era cumplir ciertas normas.

Esas normas eran sencillas y se aprendían de niño.

Por ejemplo, había que cortar el ñame de modo que pudiera crecer de nuevo. Por ejemplo, si se iba de caza había que asegurarse de no cazar a una hembra preñada. Por ejemplo, no había que recoger más fruta de la que uno podía comer. Por ejemplo, nadie debía irritarse si una familia de chimpancés arrasaba un campo de calabazas, porque siempre habría otro cerca.

Esas pocas normas se resumían en una sola: ama a la selva como a ti mismo.