De la contracubierta:
Todo cambió con Ojo de Nube.
Ningún crow creía que un indio nacido ciego pudiera aportar a la tribu y, sin embargo, lo hizo, y trajo a los caballos.
Ahora, los crow tienen que volver a huir por su supervivencia, para vivir en paz.
Pero esta vez tienen caballos. Esta vez son caballos en la nieve.
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El libro comienza así...
PRESENTACIÓN
La voz de los vivos.
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Para entender quién soy quizá deberíais haber leído un libro titulado Ojo de Nube, escrito hace ya un tiempo. Si no tenéis intención de hacerlo, o no lo encontráis, os diré que narra un período de la historia de mi pueblo, de una pequeña tribu crow que por entonces vivía cerca de las Montañas Brillantes. Desde tiempos remotos, los abuelos de mis abuelos y las abuelas de mis abuelas se establecieron en esos territorios que también eran del águila y del lobo, del puma y del bisonte. Cuando los hielos y el frío se adueñaban del lugar, mi pueblo viajaba hacia el sur, cuidando de los viejos que eran el pasado y de los niños que eran el porvenir. Caminaban con todas sus pertenencias hasta la región de las praderas verdes, donde crecían espigas y brotes tiernos a las orillas de mansos arroyos. Al llegar la estación seca, cuando el agua escaseaba y la hierba comenzaba a agostar, regresaban de nuevo al norte. Eso se hizo así durante generaciones, y así se lo contaban los ancianos a los niños. Así se pintaba en la piel de los tipis y se bordaba en las mantas que nos abrigaban. Aquellos viajes eran largos y a veces penosos, pero los míos siempre se sentían protegidos por el Gran Espíritu, y la alegría de volver a las tierras donde se alzaban los tótems del poblado siempre caldeaba sus corazones.
Pero un día mi pueblo tuvo que huir de sus tierras y ya no pudo regresar. No solo se nos bloqueó el camino hacia las fértiles llanuras de caza situadas al sur. Tampoco pudo volver a los territorios de las Montañas Brillantes, donde el frío y el hielo nos hacían tiritar con la llegada del invierno. Tuvimos que marchar más al norte, a los Territorios Blancos que también eran del oso gris, del alce y de la nutria, a regiones que ni las águilas ni los bisontes de las praderas se atrevían a visitar. Allá donde era imposible encontrar granos de espigas para preparar la harina, y donde los frutos y los bulbos eran escasos y desconocidos, a veces mortales.
El final de Ojo de Nube cuenta precisamente esto: por qué tuvimos que huir de nuestras tierras y cómo los fusiles de los hombres blancos llegaron hasta Garganta del Ciervo. Al comienzo, mi pueblo se quedó en las montañas, soportando el frío, esperando que los malacosa volvieran a las malditas tierras de donde procedían. Pero los malacosa no regresaron, sino que llegaron en multitud, tratando de acosarnos por el hambre y el miedo. Al final, tuvimos que huir más hacia el norte.
Con los años, mi pueblo y otras tribus vecinas tuvimos caballos. Hermosos caballos que pastaban en las montañas y en altas praderas, que se dejaban cabalgar por los niños. Resistentes y veloces animales que nos ayudaban a recorrer las frías regiones en que habitábamos. Pero hubo un tiempo en que mi pueblo no conocía los caballos, unos seres para los que no teníamos siquiera nombre, llegados de no se sabía dónde, cargando en sus lomos a aquellos sucios barbudos que nos llevaron al destierro.
En aquella lejana época Ojo de Nube era casi un niño. Pero su hazaña, la de robar los caballos de los malacosa, le convirtió en el primer joven de nuestra tribu que pudo lucir en sus trenzas algunas plumas de águila. Tras muchas lunas y muchos acontecimientos, ese joven se fue convirtiendo en adulto y luego en anciano. Y cuando transcurrieron tantas lunas como el Gran Espíritu asigna a un hombre anciano y sabio, Ojo de Nube murió.
Quizá os entristezca conocer esta noticia, pero sabed que ese es el destino de todos los hombres y de todas las mujeres, sean niños, jóvenes, adultos o ancianos. Ojo de Nube y los suyos viven ahora eternamente en las Praderas del Cielo, cazando bisontes que son la fuente de vida para ellos y para nuestros antepasados y celebrando la llegada de la Luna Redonda.
Antes de revelaros quién soy y dónde estoy es necesario que os cuente una historia que arranca un poco más al norte de Garganta del Ciervo. Como quizá sepáis, porque esto se ha narrado en las leyendas de nuestro pueblo y de otros pueblos vecinos, Ojo de Nube era ciego. Esto solo quiere decir que no podía ver la luz de la luna ni apreciar el color de los árboles y de la nieve. Pero Ojo de Nube había aprendido a percibir muchas otras cosas que los ojos humanos no pueden ver, gracias a su madre, Abeto Floreciente.
En su memoria hablan las voces de los que seguimos vivos.