Estrellas sobre el desierto

Una historia deliciosa y bien contada que enseña a escuchar a los demás y a nosotros mismos.

Algunos libros entran en nuestra vida por la puerta de atrás. Sucede igual que con algunas personas y, como ellas, terminan por ocupar un rincón especial en nuestras bibliotecas y nuestros corazones. Se cuelan con la primera página sin que uno apenas lo note, de puntillas, y empiezan a despertar nuestro interés con cada nueva palabra, capítulo a capítulo, personaje a personaje, hasta regalarnos una historia redonda y sencilla como la que narra Ricardo Gómez en «El cazador de estrellas» (Edelvives).

Aprender a escuchar

Bachir está enfermo. A sus doce años, la vida en el campamento de refugiados saharauis no es precisamente ni redonda ni sencilla, pero en su historia todo encaja de forma natural cuando conoce a Jamida, un anciano mitad sabio, mitad guerrero que enseña a Bachir a escuchar más allá de los sonidos que llegan hasta su tienda de campaña. Jamida despierta en el niño el deseo de saber, de aprender la historia de su pueblo y el nombre de las estrellas que brillan sobre el desierto en el que vive desterrada su familia y su pueblo.

Desde el lecho en el que permanece tumbado, Bachir empieza a ver el mundo de forma diferente, un mundo que no sólo gira en torno a él por estar enfermo y que encierra otros muchos mundos, lejanos y desconocidos, como la nieve. Pero quizá la lección más importante que aprende Bachir en sus nocturnas conversaciones con Jamida es la de escuchar a los demás aunque sus palabras nos duelan y, sobre todo, la de escucharnos a nosotros mismos.

Lucía Donrronsoro