1. MI CUMPLEAÑOS

Mi nombre es Samuel Relloso Pascual Govantes Valenzuela Peres Villamayor Sáez Rosales, aunque nadie lo utiliza completo.

Todos me llaman Sam o Samu.

Esta mañana, a las 9:32, cumplí exactamente diez años. Por tanto, ahora tengo 3653 días y unas cuantas horas.

En mi casa, pero fuera de mi habitación, hicimos una fiesta de cumpleaños a la que vinieron muchísimas personas. Éramos siete: mis abuelos paternos, mi padre, mamá, mi tío Luis, yo y mi hermana.

Me gustó cumplir diez años. Llevaba tiempo preparándome para ello. Diez es un número de dos cifras. Las personas casi siempre cumplen años que tienen dos cifras, muy pocas llegan a las tres. La semana anterior a mi aniversario no dejaba de pensar que eran los últimos días en que mi edad tenía una sola cifra. Acabo de inaugurar una nueva etapa de mi vida.

En la sesión de ayer, mi psicóloga me regaló este cuaderno y me dijo que quizá fuera una buena idea estrenarlo hoy. También me dijo que podía ser una buena idea que de vez en cuando escribiera cosas que me pasan o que pienso en ese momento.

Mi psicóloga se llama Adela y es una mujer no muy alta. Mide 161 centímetros y pesa 53 kilos. Dice que soy un chico distinto. Antes me llamaban de todo, pero yo prefiero quedarme con eso: con que soy un chico distinto.

Escribir es más fácil de lo que pensaba antes de comenzar este cuaderno. Se trata solo de poner unas palabras detrás de otras, en el orden debido. A lo mejor es cierto que es una buena idea escribir de vez en cuando.


2. YO

Hace mucho, por lo menos 60 meses, yo creía que los mayores podían adivinar los pensamientos de los niños. Pensaba que cuando te decían “vamos a comer” era porque sabían que tenías hambre, y si te decían “a dormir” era porque te morías de sueño.

Era pura casualidad. Poco a poco me di cuenta de que se equivocaban bastante. Me decían “al colegio”, y yo no sentía ninguna gana de ir. Y lo mismo cuando me proponían salir de paseo, jugar con mi hermana, cambiarme de calcetines y cosas así. Hace unos 4 años me convencí de que los mayores no tienen ni idea de qué pensamos los niños. Para hacer pruebas, a veces, mientras estaba con mi hermana, deseaba que desapareciera, y mis padres ni se enteraban. Igual ocurre con los maestros: aunque tú estés pensando algo interesante, ni se dan cuenta, y quieren obligarte a que pienses en las mismas cosas aburridas que ellos tienen en la cabeza.

Es una ventaja pensar algo sin que nadie se entere. Incluso aunque eso sea malo, sucio o peligroso.

La psicóloga dice que es bueno que utilice este cuaderno para escribir lo que pienso, pero yo no veo la parte buena. Si tuviera que escribir lo que se me ocurre harían falta muchos cuadernos como este cada semana, y además sería un problema si alguien lo encontrase. Así que voy a hacer 2 cosas, o mejor, una cosa-doble:

–Solo voy a escribir algunas cosas que pienso.

–No voy a escribir nada sucio, malo o peligroso aunque me lo diga la psicóloga.

Lo malo es cuando no se sabe si algo se puede contar o no. Por ejemplo, cuando yo llevaba siete meses dentro de mi mamá me hicieron salir deprisa por una raja que le hicieron en la tripa. Luego me pasé 61 días en una caja de cristal que se llama incubadora. Yo no me acuerdo de eso, claro. Me lo han contado.

Cuando estaba en 2º conocía a una niña de clase que también había nacido así, pero era una chica normal. No le gustaban los números. Por entonces, mamá me dijo que no era bueno ir preguntando por ahí si la gente ha nacido o no por cesárea. Aún no me he enterado de si eso puede considerarse peligroso, sucio o malo, así que creo que no voy a hablar más de eso.

Tampoco voy a hablar del Monstruo Abominable que vive en mi habitación. Yo le llamo MoAb.

Solo voy a decir que cuando nos cambiamos de casa hace 2 años, 3 meses y 17 días, MoAb se vino conmigo. A pesar de que yo miré bien en todas las cajas, él se metió de alguna manera entre las cosas de la mudanza. MoAb vive conmigo desde hace mucho tiempo, pero ya he aprendido a controlarlo. De pequeño, cuando me amenazaba, yo cerraba los ojos y comenzaba contar desde 1000 hacia atrás: 999, 998, 997, 996, 995… Unas veces desaparecía cuando llegaba al 700, pero otras veces no se iba hasta 60 o así.

Creo que entonces yo tenía 3,5 años, más o menos.

Ahora, necesito más esfuerzos para espantarlo.


2. EL CINE

Me gusta mucho ir al cine. Esta tarde, mi padre fue temprano a comprar las entradas y, como hace poco fue mi cumpleaños, pidió la fila siete y los asientos 2, 4, 6 y 8. Yo, claro, me senté en el 2. Me quedé con mi entrada como recuerdo y la pegué en el Álbum de las Cosas Interesantes. Luego pensé que lo bueno habría sido ir el mismo día de mi cumpleaños: día 7, mes 2, fila 7, asiento 2. Lo tendré en cuenta para el año que viene.

En la película de hoy dispararon 17 veces y mataron a 6 personas, aunque ya sé que es de mentira, que en el cine la gente en realidad no se muere y la sangre no es sangre de verdad sino zumo de tomate o agua con colorantes. Se abollaron o destrozaron 23 coches, uno de los cuales tenía una matrícula con números consecutivos, 6789, no sé si habrá sido casualidad o el director quería decir algo. En una de las escenas hay un fallo; un reloj de pared marcaba las 11:35, mientras el de la muñeca de un personaje indicaba las 17:42.

Después de la película nos fuimos a tomar unas pizzas. No me gustan los sitios donde sirven las pizzas cortadas, porque los trozos no son exactamente iguales. Durante ese rato hablamos de la película. A mi padre y a mi hermana les gustó. A mamá y a mí, no. Mamá decía que había mucha sangre.

Pero además a mí no me gustó por otras cosas. Por ejemplo, dos:

a. La escena del helicóptero se nota que es mentira. La aguja del depósito de combustible está horizontal en el rojo; o sea, totalmente vacío. Sin embargo, el helicóptero sigue volando mucho rato.

b. Cuando la chica cruza el puente en el coche, en una imagen tiene una horquilla en el pelo. Luego, no la tiene. Después vuelve a tenerla. No le da tiempo a quitársela y ponérsela conduciendo tan deprisa con las dos manos.

Me gusta el cine porque en la pantalla se ven muchas cosas que no se ven en la realidad. Lo que menos me gusta del cine es que el sonido está muy alto.Por eso me pongo tapones en los oídos, para no oír nada.


9. EL CAJÓN DE LAS COSAS INTERESANTES

En realidad, ya he llenado cajón y medio con cosas interesantes. Calculo que de seguir a este ritmo, cuando tenga 50 años habré llenado 18 cajones con cosas interesantes, aunque no sé si encontraré tantas como para llenar 18 cajones.

Lo último que metí en el cajón fue un superlápiz que me trajeron de Praga, una ciudad que está a 2309 kilómetros de aquí. Cuando cojo o miro el superlápiz me imagino que soy Alicia después de beber la poción que la hace pequeña, o como si me lo hubieran traído del país de Brobdingnag. Mide 36,5 cm de largo, es de sección hexagonal, el lado mide 14 milímetros y tiene una mina de cinco milímetros y medio de diámetro. Casi no lo puedo sujetar con la mano.

Nada más verlo, me acordé del minilápiz que guardaba en el Cajón nº 1, que venía dentro de una agenda que tenía mi padre. Mide 8 cm de largo, es cilíndrico y tiene un diámetro de 3 milímetros. He calculado que el superlápiz es 340 veces más voluminoso que el minilápiz. Los he puesto juntos y atados con una goma en el Cajón nº 2.

En el Cajón nº 1 guardo cosas que reuní cuando era pequeño. Tengo, por ejemplo, veinte frascos llenos con cien veces la misma cosa: cien monedas de euro, cien garbanzos, cien sujetapapeles, cien lentejas, cien granos de azúcar… Así me hago idea de las cosas. Por ejemplo, los 100 garbanzos gordos llegan a una altura de 4,2 cm, pero las 100 lentejas ni siquiera llenan una capa de la base. El azúcar, ni se ve.

Los frascos de sales de frutas son ideales para guardar cosas porque tienen una boca ancha y tapa. Además, en la tapa pone Eno, que visto al revés se lee One, lo que quiere decir que están pensados para guardar cosas iguales. Pero no son muy grandes. Un día intenté llenarlos con canicas pequeñas y conseguí meter exactamente cincuenta, y eso después de ir colocándolas poco a poco porque, si no, no lograba cerrar la tapa. Mi padre es un gran consumidor de sal de frutas: un frasco cada cuarenta días.

Lo penúltimo que metí en el Cajón nº 2 fue un koboloi de 21 cuentas que unos amigos regalaron a mamá después de un viaje por Grecia. Me he enterado de que todos estos rosarios tienen cuentas que son múltiplos de tres: 18, 21, 33 y

  1. Algún día me enteraré de por qué.

Mi tío Luis es la única persona que ha visto casi todas las cosas interesantes que guardo en los cajones nº 1 y nº 2, aunque dentro del número 2 guardo una caja que no ha visto nadie, con secretos como un sobrecito cuadrado, con una de sus caras transparentes, que contiene dentro un objeto con forma toroidal y sección circular. Sé lo que es y cómo se llama, pero no lo voy a escribir aquí; creo incluso que sé para qué sirve. Lo robé un día de la habitación de mamá. Sé que robar está mal, pero tenía más en una caja.

El tío Luis, que tiene 45 años y 8 meses, me ha regalado algunas cosas para mis cajones: un imán con forma de herradura, una tuerca octogonal, una caracola con una espiral logarítmica, una moneda con el dibujo de un pentáculo que se utiliza en juegos de magia, una pequeña cabeza de un girasol, un dado con forma de icosaedro y varios juguetes de madera que se desarman y se arman y se llaman cardos. Y un billete de 20 euros con el número V-23870896507, que es un número primo.

Yo creo que los billetes que tienen números primos deberían valer más. Por lo menos, el triple.