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1. En mi clase somos un poco raros.

La directora del cole debe de haber ido por ahí buscando gente rara para meterla en nuestra clase.

Laura, cuando está resfriada, en lugar de estornudar le da por reírse a carcajadas. Pero su mayor habilidad es colocar un lápiz encima de la mesa y mirarlo fijamente. Después de un rato, el lápiz empieza a rodar.

Fabio va con pantalón corto en verano y en invierno. Si está lejos de un balón de fútbol le da fiebre y tiene uno para jugar y otro para dormir. Su mamá le obliga a lavar el balón de dormir una vez por semana, porque se lo mete debajo de las sábanas.

A Francisco le gusta que le llamen Quique, pero nunca nos ha explicado por qué. En clase parece pendiente de la pizarra, pero en realidad está dormido. Aunque esté sobando, sigue a la profe con los ojos abiertos, como si estuviera despierto. En los recreos nos explica lo que ha soñado.

¿Y Pedro? A veces va con Adrián al servicio, llenan el lavabo y Pedro mete la cabeza bajo el agua. Adrián dice que habla y que se le entiende todo.

Y así podría seguir todo el rato, contando cosas raras que pueden hacer las chicas y los chicos de mi clase.

El año pasado había un profesor que se desesperaba mucho y que no hacía más que chillarnos, así que lo cambiaron, porque el pobre se puso muy malito.

Los de otros cursos nos llaman Los Bichos, pero nos respetan porque estamos muy unidos. Los profes nos conocen por nuestras rarezas y creo que nos tienen algo de miedo.

Nuestra profe de ahora se llama Mis Robles. No es que sea inglesa, porque las profesoras de los colegios ingleses se llaman Miss Tal y Miss Cual. Se llama Misericordia Robles, pero el primer día dijo que la llamáramos Mis, o Robles. No se enfada, ni siquiera cuando Pepa contesta en clase poniendo voces raras.Pepa imita voces. Lo único que le pide la señorita Mis es que no imite al pato Donald, porque no la entiende nada. Una mañana, Pepa viene y dice: “Hoy voy a ser Winnie de Pooh”. Y todo el día pone esa voz.

Mis Robles también es rarita. Es como si Seta Gertrudis, la directora, hubiera puesto un anuncio en el periódico diciendo “Se busca profe rara para un curso raro”.

En fin, así es la gente de mi clase, y yo los quiero a todos, incluyendo a Mis Robles. Bueno, a todos, no. A quien no soporto de ninguna manera es a Cristina. Cris es rara pero además es mala. Mala malísima.

Yo me llamo Patricia y también soy un poco extraña. Siempre adivino quién está a punto de venir. Cuando era pequeña, les decía a mis padres: “Va a venir el cartero”. Y al poco tiempo llegaba el cartero. Y cosas así.

Pero lo que quiero contar no es esto, sino lo que ocurrió hace un mes.

Hace más o menos un mes…


2. Alguien se presentó en clase

... sin que yo lo adivinara. Mira que eso es raro, porque suelo anticipar quién llega aunque sea la primera vez. Me quedé pasmada cuando alguien llamó, Mis Robles dijo “¡Pase!” y entró un hombre muy delgado, vestido con una gabardina.

Todos me miraron a mí, porque además de notar que llega alguien sé más o menos quién es, o a qué viene. Quiero decir que no sé su nombre, pero sí adivino si viene a vender, o a pedir, o a preguntar.

Me puse colorada y encogí los hombros para decir a mis compañeros que no tenía ni idea. Pensé que en ese instante había perdido algunos puntos delante de mis amigos. Noté la sonrisa burlona de Cris en mi nuca.

Yo no sabía a qué cáscaras venía ese hombre larguirucho, vestido con gabardina, aunque era primavera y hacía sol.

Mis Robles no es alta ni baja, pero comprobamos que el visitante sacaba dos cabezas a la profe. Los dos hablaron algo que no logramos entender. No lo oyó ni Gonzalo, que presume de oír las patas de las arañas trepar por la pared.

Pero pronto supimos a qué venía. Después de cuchichear con Mis Robles, se presentó utilizando una voz muy afilada, que chirriaba como las ruedas de una bici llenas de arenilla. Nos puso la piel de gallina cuando dijo:

– Buenos días, monstruitos. Mi nombre es Lucinio Seco, pero debéis llamarme Don Lucinio Seco. Soy el nuevo subdirector y tengo entendido que ésta es una clase rara. El año pasado vuestras notas fueron las peores del país y estoy aquí para resolver ese problema. Desde hoy, pasaré con vosotros dos días a la semana. Ahora sólo vengo a presentarme, pero volveré mañana.

Laura estaba resfriada y debía picarle la nariz, pero esa vez, en lugar de reírse, estornudó. Soltó un estornudo larguísimo, que retumbó en la clase y sonó como “¡Attchuuiiiíssss…!” Don Lucinio se quedó mirándola un rato y dijo, con los ojos fijos en el techo:

– Estoy decidido a que esta clase se cure de sus resfriados y de otras enfermedades más extrañas.

Nadie supo qué quería decir el subdirector, pero más o menos lo pudimos imaginar. Y nada más acabar la frase se fue tan rápido que su gabardina ondeó como una capa.En el recreo nos reunimos para hablar de La Escoba. Este era el nombre que le había dado Guille, especialista en poner motes. Le iba a medida: no tenía nada de atractivo, era larguirucho, lucía el pelo de punta y su voz raspaba como raspan las escobas: “Sssh, sssh.”

Todos nos preguntamos qué pintaba en el colegio un subdirector. Lo que hace una directora está claro: pasea, llama por teléfono, lleva papeles de un sitio a otro, regaña, manda un poco… Pero, ¿qué diablos era un subdirector?

Esa noche se lo pregunté a mi padre. Su respuesta me desconcertó:

– Un subdirector es la persona que manda cuando un director es un inútil. ¿Por qué?

No quise decirle por qué se lo preguntaba. En casa, cuanto menos cuentes de cole, mejor. Era cierto que Seta Gertrudis no servía para mucho, pero ¿por qué necesitaba un subdirector? ¿Y cómo era posible que hubiera buscado un subdirector para nosotros solos?

Tampoco el subdirector pareció útil al principio. El día siguiente no volvió, ni el otro. Llegó el fin de semana y no le habíamos vuelto a ver el pelo de escoba, ni en la clase ni en todo el colegio. No volvió hasta el martes siguiente.

Lo que sí es cierto es que desde que vino la primera vez las cosas cambiaron. Desde su visita, Mis Robles estaba más seria que de costumbre. Dejó de recitar poesías con los ojos en blanco y se empeñó en que hiciéramos muchos ejercicios del libro. Un aburrimiento total.

Cuando La Escoba volvió, estábamos en clase de música. Tampoco esa vez noté que venía. No llamó a la puerta, sino que abrió tan rápido que una ventana se cerró con estruendo. Betoven, el profe de música, se quedó alelado. La Escoba se plantó delante de la clase y ordenó:

– Buenos días, enanos. Veo que estáis estudiando música. Bien, bien, quiero saber qué sabéis hacer.

Betoven comenzó a dirigirnos temblando, tan nervioso que la canción salió fatal. Hay dos cosas que Los Bichos hacemos medianamente bien: la música y el dibujo. Pero ese día la canción quedó hecha un desastre. Cantamos como chicharras y los instrumentos sonaron cuando no debían.

La gabardina de La Escoba volvió a agitarse como una capa cuando abandonó la clase hecho una furia, gritando:

– ¡Ya sabía yo que eso de la música era una pérdida de tiempo! ¡Bobadas ruidosas! ¡Majaderías musicales!

Betoven tartamudeaba. Quique, o sea Francisco, miraba con ojos de sueño. Gonza no oía un solo ruido. Cris nos miró a todos con una sonrisa malvada.

En lugar de Mis Robles, La Escoba estuvo con nosotros toda la tarde. Preguntaba y anotaba cosas en una libreta que metía y sacaba del bolsillo. Preguntaba, por ejemplo, si “abollonar” se escribía con uve o con be. O cuál era el tercer río más largo del mundo. O por la capital de Islandia… Cosas absurdas, de las que importan un pepino.Seguramente quería demostrar que éramos una pandilla de inútiles. Nos tenía asustados. Pablo no se atrevió a quitarse los zapatos en clase. Quique no pudo echarse un sueñecito. María no silbó su canción favorita. Y yo no intenté poner mi mascota encima de la mesa.

Siempre que preguntaba a alguien, no bastaba que le dijera que no sabía, sino que debía añadir algo que parecía gustarle mucho, como si no recordara su nombre:

– No sé el nombre científico de la vaca, señor Seco.

– No sé cuántas son ochenta por once, don Lucinio.

Las dos horas fueron una tortura. Y para acabar, nos mandó deberes. Tres páginas llenas de preguntas tontas.

Al terminar las clases no teníamos ni ganas de hablar. Todos nos fuimos a casa. Yo quería volver pronto para charlar con Petra, mi mascota, que había estado escondida en la mochila mucho rato. Pobre Petra, toda la tarde a oscuras.

Hice los deberes, aguanté los berridos de mi hermano Marco y durante la cena pregunté a mis padres cuál era el tercer río más largo del mundo. No tenían ni idea, pero me dijeron que lo buscara en una enciclopedia.

No entiendo por qué a veces los profes preguntan cosas difíciles, si pueden encontrarse en las enciclopedias.

Me fui a la cama cansada, pero tardé en dormirme. Debo confesar que no soy lo que se dice una chica valiente. Tenía la sensación de que algo grave iba a ocurrir con la llegada del señor Seco. Esa noche soñé…


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