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1. Tuga, la tortuga

Hace mucho, mucho tiempo, aunque nadie puede decir cuánto, había una enorme Selva en la que vivían bastantes gacelas, algunos leones, muchos monos, algunos elefantes, muchísimos caracoles, algunos leopardos, enormes cantidades de lagartijas y una tortuga.

En definitiva, había pocos animales más o menos grandes y muchos animales más o menos pequeños. Y la tortuga.

Igual sucedía con árboles y hierbas. Había pocos baobabs, pero muchas acacias. Muchos arbustos, pero escasos robles gigantes. Y una cantidad enorme de plantas pequeñas, y no digamos hierbitas.

De lo demás, por el estilo: algún lago grande, algún río largo, y luego más laguitos, riachuelos y charcas. Había cuevas, refugios, praderas, nidos, abrevaderos, colinas y un tronco de árbol viejo y reseco.

En el hueco del árbol viejo y reseco vivía la tortuga.

La tortuga no era ni grande ni pequeña, así que había ni muchas ni pocas tortugas como ella. Pero esta era una tortuga especial. Tanto que a partir de ahora la llamaremos Tuga.

Tuga, la tortuga, vivía en el hueco de un árbol reseco y viejo.

Las tortugas viven mucho tiempo, como todo el mundo sabe, pero Tuga era la tortuga más vieja de la selva, y se había vuelto la más sabia de todas las tortugas. En realidad, el día que Tuga decidió meterse en el hueco del árbol, el árbol no era reseco y viejo, sino joven y lleno de hojas.

Tuga se refugió en el hueco y se dedicó a pensar, sin moverse, mientras el árbol envejecía. De vez en cuando, roía algunas hierbas que crecían en la base del árbol, sin dejar de pensar.

Así tiempo y tiempo, hasta que un día, cuando consideró que ya había pensado lo suficiente, abandonó el hueco de árbol y echó a andar.

Despacito, porque las tortugas andan despacito, y además Tuga era vieja. Nadie en la Selva sospechaba lo lista que se había vuelto esa tortuga.


2. Un besugo en medio de la selva

Caminando despacito se llega a todas partes. Es cuestión de tiempo y de paciencia, y Tuga tenía ambas cosas.

Aunque estaba lejos, Tuga buscó el territorio de los leones, pues quería encontrar al Rey de la Selva. Mientras caminaba despacito no dejaba de pensar en las cosas que había inventado y quería contar al León.

Preguntó a unos y a otros hasta que encontró al Rey echado a la sombra de un árbol. Tuga se acercó e hizo un gesto de respeto con la cabeza.

– ¿Qué quieres?

Las tortugas no tienen miedo de los leones, porque su caparazón es duro y los dientes de los leones resbalan en su concha. Por el mismo motivo, los leones no tienen interés por las tortugas, a quienes consideran además unos bichos lentos, torpes y con olor a viejo.

– Majestad, vengo a contaros un descubrimiento que he hecho, con el que se podrá poner orden en la Selva.

– ¿Orden? ¿Y para qué quiero yo orden? Yo doy órdenes, pero no quiero para nada el orden. Me gusta el desorden.

El león hablaba aburrido, con la cabeza entre las patas, intentando protegerse de las muchas moscas pequeñas que había en los alrededores.

– Con mi invento sabrá cuántos leones hay en su manada, cuántas gacelas en la pradera y cuántos árboles en la selva y la fruta que da cada uno.

– ¿Y para qué quiero yo saber eso?

– Pues… Pues podría ordenar a los rebaños de gacelas que vayan donde hay más hierba. O evitaría las peleas entre los monos cuando se reparten comida. O diría a los leopardos cuántos animales pueden cazar…

León abrió un ojo entre las patas y miró a Tuga. Le había interesado eso de los leopardos. Los leones siempre estaban peleando con ellos.

– Sigue.

– El asunto está en que por ejemplo a cada gacela de una manada se le da un nombre especial. Cuando se ha terminado de poner esos nombres, el último nombre nos indica cuántas gacelas hay en total.

El león no entendía nada. ¡Saber si había pocas o muchas gacelas en la pradera, con sólo ponerles un nombre! ¡Eso sí que era una tontería! Se lo dijo a Tuga mientras espantaba las moscas de sus ojos:

– Eso es una tontería. ¡Saber cuántas gacelas hay con sólo ponerlas un nombre…! ¡Bah!

Pero Tuga tenía paciencia. A ella no le molestaban las muchísimas moscas porque su piel y su caparazón eran duros. Estaba convencida de que su descubrimiento podía ser útil, así que continuó:

– Verá, Majestad. Usted es UNO. ¿De acuerdo?

– No de acuerdo. Yo soy Rey.

– Sí, sí, usted es Rey, pero además es UNO. Yo también soy UNO cuando estoy sola, pero cuando usted y yo estamos juntos somos DOS.

El león se aburría, y no le parecía bien eso de comparar una tortuga con un león, pero como estaba bien a la sombra y las muchas moscas no le dejaban en paz, no se movió del sitio. Tuga siguió hablando.

– Si una gacela esta sola, también es UNO. Pero cuando está con otra gacela también forman DOS. ¿Me entiende?

Ni patata. El león no entendía ni patata, pero dejó que la tortuga hablara. Si de la charla podía obtener más gacelas, o echar a los leopardos de su territorio, bien vendría aguantar un rato esa cháchara estúpida.

– O sea, que a la primera cosa de una lista la llamamos UNO. Cuando otra cosa se junta con la primera tenemos DOS. Y si hay otra cosa forman TRES. A esto yo le llamo contar: UNO, DOS y TRES. Al dar el último nombre yo sé que tenemos TRES. ¿Me sigue?

– ¿Y qué tienen que ver los leopardos con eso?

– Con los leopardos pasa lo mismo. Si usted ve primero uno, luego otro y luego otro, dice: TRES. Hay TRES leopardos en total.

– ¿Y diciendo “Tres” puedo espantarlos? ¡Eso está bien! A lo mejor esa es la palabra que los echa fuera de mi territorio.

El león se incorporó un poco encima de las patas y rugió “¡Trrreessss…!”

– ¡Ya está! ¿Se han ido?

– ¿Quién se ha ido?

– Los leopardos. ¿No se han ido los leopardos al decir “Tres”?

Tuga tenía mucha paciencia, pero se le estaba acabando. Para ser Rey, aquel animal era más torpe de lo que parecía.

– No, no, majestad. Vamos a ver. Cuando hay varios leopardos, ¿usted qué dice al resto de los leones?

– Pues muy fácil. Grito: “¡Hay varios leopardos! ¡Hay que espantarlos!”

– Ya, pero si dice “varios”, no sabe cuántos. Pero si dice TRES, entonces TRES leones pueden salir a perseguirlos. ¿No le ha pasado a veces que creía haber espantado a todos los leopardos, pero que quedaba alguno?

– Muchas veces.

– ¿Lo ve? Con mi invento puede espantarlos a todos. ¿Hay DOS leopardos? ¡Pues los espantan DOS leones! ¿Hay TRES leopardos? ¡Pues los persiguen TRES leones! ¿Lo va entendiendo?

– Ya lo entiendo. O sea, que si veo varios leopardos que se van a zampar a varias gacelas, que son mías, digo “Tress”.

Y rugió de nuevo: “¡Trrreesssss…!”

– ¡Nooo! Si hay un leopardo, dice UNO. Si hay otro más, dice DOS. Y si se une otro dice TRES. Eso es para saber cuántos hay, no para espantarlos.

– ¿O sea, a veces tengo que decir “doss”, otras “unno” y otras “tress”?

– Más o menos.

El león se quedó meditando. Tuga pensó que ya lo había entendido. ¡Qué trabajo! Ella había creído que la dificultad estaba en pasar de DIEZ, pero ese besugo se había atascado en el número TRES.

– Pues a mí no me gusta decir unno. “Unno” parece una palabra de gacela. ¡Unno, unno, unno…!, como si comiera hierba. Tampoco me gusta doss. ¡Dossss…!, parece de serpiente. A mí me gusta tress. “¡Trreesss…!” es mucho más agresiva.

– Ya, pues el siguiente de la lista es Cuatro.

– ¿Guatro? ¡Eso sí está bien! “Gggguatro.” ¡Eso sí es un rugido bueno! “Gggguatro” ¡Me gusta! Eso quizá pueda espantar a varios leopardos. A lo mejor puede espantar a muchos.

A Tuga ya no le quedaba siquiera una pizca de paciencia de tortuga.

– Bueno, Majestad, me voy. Que tenga buen día.

– Ah, sí, gracias. Creo que la conversación me ha dado hambre. Voy a ver si encuentro a alguien con quien cazar.

Tuga se alejó despacito. Mientras se iba, oía los rugidos del Rey de la Selva. Parecía mentira que aquél animal fuera Rey.

– Gggguatro…

– Trrreesssss…

– Gggguatro…

Tuga se volvió y vio al león solitario. Los leones siempre están solos, menos cuando se reúnen para cazar. No era extraño que el león fuera un animal estúpido, siempre solo y espantándose las moscas.


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